Dice la leyenda que en su lecho de muerte, el rey de los Escitas reúne sus hijos, y tendiéndoles un haz de muchas ramas, les pidió romperlo. A pesar de la juventud, el vigor y la impaciencia, ninguno de sus hijos pudo hacerlo.
El viejo padre deshizo entonces el haz, y rompió él, las ramas, con una facilidad desconcertante.
Les dijo entonces:
"Mientras permanezcan unidos, nadie podrá superarlos.
"Pero el día en que no sean ya solidarios entre sí, será el principio de su caída."
La moraleja vale para toda empresa, pero más aún para cada uno de nosotros.
Sabemos que dentro nuestro co-habitan distintas fuerzas. Tenemos una multitud de personalidades. Y la mayor parte del tiempo son contradictorias.
Una parte nuestra sabe que es malo fumar, por el riesgo del cáncer y no obstante otra parte no se puede resistir a la tentación de encender otro cigarrillo.
También deseamos ser delgados, y con todo nos permitimos excesos en la comida que comprometen nuestro ideal.
De manera más sutil, deseamos el éxito, pero cuando una ocasión se presenta, hacemos todo lo que esté en nuestro poder para sabotearla, como si no creyéramos ser dignos de triunfar, como si el éxito sólo fuera para otros...
¡Es necesario intentar ser solidario... con uno mismo!
Eliminar la parte oscura, el odio, el miedo, el aburrimiento, y hacer triunfar la luz, el amor, la alegría que llevamos dentro, en suma: la Vida.
Tener un ideal, y guardarlo en cabeza, a pesar de las contrariedades, a pesar de las decepciones, a pesar de los retrasos...
Tener un objetivo y proseguirlo con voluntad, con paciencia, con fe y disciplina.
Como leimos cientos de veces:
"Quién siembra una acción recoge una práctica."
"Quién siembra una práctica recoge un carácter."
"Quién siembra un carácter recoge un destino."
"Carácter igual destino", dijo Heráclito.
Recordarme siempre que la felicidad también es una práctica. Porque hay un estado de ánimo para ser feliz, debo ser solidario conmigo mismo.
Por hoy elijo pensamientos y emociones positivas. Es notoria la diferencia.
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