domingo, 22 de noviembre de 2009

Traumas cerebrales tempranos y desarrollo emocional. II

En el origen de los tiempos, las familias y tribus se amontonaban estrechamente juntos en la oscuridad para apaciguar ese miedo. La idea de “seguridad por número” se mantuvo vigente porque un grupo de humanos es mejor protegiéndose de los depredadores que un solo individuo.
Hoy en día, sabemos que un niño está a salvo sólo en su cuna, pero la biología del cerebro infantil está inicialmente codificada con esos miedos innatos, que ya apuntan en su más temprana edad.
Cuando el niño se encuentra en un estado de indefensión, miedo y pánico, la amígdala envía mensajes al cerebro para preparar al cuerpo para “escapar o pelear”. Un bebé no puede escapar ni pelear. Si el pánico no es dominado por la intervención de un adulto, el flujo químico y hormonal puede inundar violentamente el cerebro, apuntando específicamente a la amígdala y el hipocampo durante un periodo de tiempo poco saludable.
Los niños que lloran y no son atendidos, lo hacen desesperadamente durante una hora o más, hasta que la amígdala se cierra. El niño a su vez aprende tras repetidos episodios que no tiene expectativas de respuesta y consuelo a su llanto y puede deducir que sus necesidades no son merecedoras de atención – una conclusión que finalmente puede afectar al correcto desarrollo de la autoestima del niño. Si bien el cerebro podría determinar que no existe peligro alguno, si no se intenta calmar el estado de confusión emocional del niño, podrían perderse oportunidades vitales de desarrollo y refuerzo de la confianza, seguridad y capacidad de empatía del niño.
Dentro del desarrollo del cerebro infantil, las interacciones biológicas y químicas se dan a una tasa fenomenal. Las recientes investigaciones sobre el cerebro, revelan con evidencia creciente que un estrés temprano puede jugar un papel primordial en la posterior vida emocional y en el desarrollo social.

La involucración de las neuronas orbitales, temporales y de la amígdala en el procesamiento de la información sensorial (particularmente la visual) con trascendencia emocional, sugiere que esas áreas deben formar parte de un sistema neuronal especializado en procesar los estímulos sociales.

El psicohistoriador Lloy deMause explica que “Los traumas provocados por el desamparo, pueden dañar severamente el hipocampo, matando neuronas (causando lesiones). Este daño es causado por la liberación de una cascada de cortisol, adrenalina y otras hormonas de estrés segregadas durante el episodio traumático, que no solo dañan a las células cerebrales sino también la memoria y ponen en marcha una desregulación duradera de la bioquímica cerebral”.
Se cree que la abundancia de repetidas oleadas de estas sustancias químicas y hormonas en el cerebro es la causa de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización de la amígdala, afectando a la capacidad de respuesta a una situación de miedo.
Por ejemplo, los animales que han sido traumatizados de jóvenes crecen más agresivos con menor producción de vasopresina, que regula la agresión y menores niveles de serotonina, que es conocida comúnmente como un neurotransmisor calmante. Un bajo nivel de serotonina es el indicador más importante de violencia en animales y humanos, y se ha relacionado con tasas altas de homicidios, suicidios, piromanías, desórdenes antisociales, auto mutilaciones y otros desórdenes agresivos.
Adicionalmente, “Se ha demostrado que la falta de cuidados maternales tempranos, es la causa de que la región que ocupa el córtex orbitofrontal (la región cerebral situada detrás de los ojos que permite al individuo reflexionar sobre sus propias emociones y empatizar con los sentimientos de otros individuos) sea diminuta , desembocando en una pobre autoestima y en una tan baja capacidad para empatizar, que el bebé crece literalmente incapaz de sentirse culpable por lastimar a los demás”.
Desde que los más recientes escáneres de humanos vivos demuestran que la amígdala es el centro neurálgico de regulación de conducta del miedo, se cree que esa regulación de conducta también juega un papel primordial en desórdenes ansiosos como fobias, desórdenes de estrés post-traumático, bipolares y desórdenes de pánico.
De acuerdo con la Sociedad Americana de Desórdenes por Ansiedad (ADAA), uno de cada ocho niños de edades entre 9 y 17 años, sufre al menos un desorden ansioso cada año. A pesar de su predominio, estos desórdenes a menudo permanecen ocultos o tienen un fallo de diagnóstico hasta que surgen complicaciones posteriores (como una depresión o abuso de sustancias) en la adolescencia o la edad adulta.
Dado que gran parte del desarrollo cerebral tiene lugar durante los primeros años de vida, es plausible considerar que repetidos traumas causados por las alteraciones químicas producto de periodos prolongados de llanto, situaciones de ansiedad por separación no resueltas y otras situaciones de respuesta al miedo, pueden predisponer al individuo a un disfunciones emocionales y de comportamiento social en su edad adulta.

http://www.criaryamar.com/crianza/16-crianza/154-traumas-cerebrales-tempranos-y-desarrollo-emocional.html
"Superyo, ello y ..." oleo. Claudia Mendiondo

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