jueves, 4 de noviembre de 2010

EL MALTRATO EMOCIONAL EN LA PAREJA - INTELIGENCIA EMOCIONAL

Una mirada más que dura, un grito inesperado, un pequeño insulto con disculpas posteriores, pequeñas humillaciones “sin importancia” son a menudo los primeros indicios de un maltrato en la pareja. Esto puede pasar a ataques de furia cada vez más violentos, más duraderos, más frecuentes en los que el maltratador humilla e insulta con sus sentencias y sus palabras.
Frecuentemente en los primeros estadios del maltrato, el agresor justifique sus “explosiones” por situaciones de estrés, presión y prometa cambiar. El 95% de las veces no es así y la situación empeora. Desde su posición de poder, poco a poco el agresor empieza a decidir por su pareja: dónde ir, con quien, cómo ha de vestir, si puede o no salir.
Cuando la víctima se queja de su infelicidad, su insatisfacción... la persona maltratadora o se encoleriza o bien inicia un discurso manipulador (que, evidentemente, la maltratada no detecta) en el que, finalmente, la víctima sólo ve la responsabilidad de su infelicidad en ella misma y en su entorno, en fin, en circunstancias externas que nada tienen que ver con su relación de pareja y menos aún con su agresor.
La víctima, gracias al persistente trabajo de su maltratador, pierde progresivamente confianza en sí misma, anula su autoestima y va asimilando esta situación hasta el extremo de cambiar sus actitudes, sus costumbres, su forma de pensar, su forma de hacer, de hablar, de relacionarse... en función de las reacciones que pueda causar en su agresor.
La mayoría de ocasiones, todo esto pasa sin que nadie del entorno de la pareja se de cuenta de la gravedad de la situación, ven alguna discusión de vez en cuando, alguna mala cara... Pero el maltratador teje su red en silencio a escondidas de los otros.

Como cosa normal, a ojos de todos, parece una persona encantadora con algún momento de temperamento y buen humor, nada más. Incluso la propia víctima logra verlo así y acaba justificando y defendiendo las actitudes de su verdugo.
El maltrato psicológico en la pareja puede durar toda la vida, acabar porque la víctima finalmente logra romper el lazo o bien derivar en maltrato físico. Esta última opción está siempre a un mínimo paso del maltrato psicológico.

En muchas ocasiones, la víctima sólo toma conciencia del maltrato que ha estado sufriendo durante años cuando empiezan las agresiones físicas.
Una mujer que sufre maltrato psicológico puede presentar dolores de cabeza, de espalda o articulares, mostrarse irritable, angustiada o sufrir ansiedad, tristeza y ganas de llorar sin motivo aparente. El insomnio y la fatiga permanente así como la inapetencia sexual también son habituales. A todo esto, se le suma un pensamiento fatalista, sentimiento de culpa y una sensación de temor generalizada, llegando a abandonarse socialmente y a ser menos comunicativa con las personas de su entorno.
El maltratador intimida, maneja a la victima y manipula las circunstancias en su provecho. Para imponer su parecer puede apelar a la lógica y la razón, manipular emocionalmente, humillar o insultar. El maltratador maternaliza a la mujer, creando las condiciones para que ésta dé prioridad al cuidado de las otras personas (evitando así que piense en su propio cuidado).

La víctima es objeto de vejaciones, descalificaciones…

El maltrato continuado daña su autoestima y genera sensación de dependencia, acompañada de sentimiento de culpa que va formándose por las conductas del agresor tales como generar lástima a través de comportamientos autolesivos (ya sean físicos o verbales) o incluso amenazas de suicidio.
Existen señales de alerta en las actitudes de un potencial agresor que evidencian o derivan hacia el maltrato psicológico como ignorar los sentimientos de la pareja, ridiculizar o insultar la mayoría de sus valores y creencias, así como ridiculizar o insultar a las mujeres como colectivo. Es también habitual que utilice su aprecio o afecto como premio / castigo y que critique, insulte o grite a su pareja tanto en público como en privado.

En ocasiones, castiga o pega a animales de compañía y destruye muebles, golpea puertas, paredes o rompe objetos domésticos cuando se enfada.
Si entendemos la inteligencia emocional como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos, observamos que tanto víctima como agresor carecen de esta inteligencia . De ahí la importancia en educar a nuestros pequeños en la inteligencia emocional.

Esta sociedad patriarcal en la que vivimos fomenta la actividad, la agresividad, la transgresión y la fuerza en los niños, mientras fomenta la pasividad, la ternura, el acatamiento de las normas y la obediencia en las niñas, reforzando los futuros roles de agresor y víctima. A su vez, se crean expectativas estereotipadas y la mujer asume atributos e incluso conductas de dependencia afectiva frente al varón, convirtiéndola en víctima potencial de maltrato.
Se trata de romper con los estereotipos marcados por el género y aprender, a través de la inteligencia emocional a establecer relaciones basadas en la empatía, la igualdad, el diálogo, la negociación la cooperación y la resolución de conflictos constructiva.
Si, por ejemplo, dejamos que nuestros hijos resuelvan los conflictos con rabietas o ataques de nervios y nosotros con cachetadas, enseñaremos esto mismo para resolver conflictos en el futuro. Si por el contrario, hablamos, controlamos nuestros impulsos y emociones para dialogar y empatizar con las suyas, lograremos resolver los conflictos de manera constructiva, fomentando los pequeños un mejor manejo del estrés, una correcta tolerancia a la frustración y un buen conocimiento de si mismos, de sus impulsos, sus emociones y las de los demás en beneficio de ellos mismos y, por tanto, de sus relaciones.
Empecemos a conocernos a nosotros mismos, nuestras emociones, seamos receptivos a las emociones de los demás, regulemos nuestros impulsos..., sabremos así educar desde la inteligencia emocional y fomentar la misma en nuestros hijos, hagámosles ese favor.

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