Alicia Zanca murió el lunes, 23 de julio de 2012 a los 57 años, de víctima de un cáncer de colon. Deja
una hija Tamara, y dos hijos mellizos de 26 años, Juan y Mariano y por quienes luchó por la igualdad para los niños
con síndrome de down.
miércoles, 25 de julio de 2012
ALICIA ZANKA
ALICIA ZANKA FUE UNA MADRE EJEMPLAR, QUE PREPARÓ A SUS HIJOS CON SÍNDROME DOWN PARA QUE PUDIERAN SOPORTAR EL DOLOR DE SU PARTIDA
Una de las cosas más maravillosas que tuvo Alicia Zanca, fue su devoción y dedicación por sus mellizos con Síndrome de Down. Lejos de paralizarse por la noticia, la actriz los estimuló a tal punto, que los chicos han llegado a subirse al escenario y todo. Como si fuera poco, once meses más tarde del nacimiento de Juan y Mariano, llegó Tamara, su tercera hija.
Una de las cosas más maravillosas que tuvo Alicia Zanca, fue su devoción y dedicación por sus mellizos con Síndrome de Down. Lejos de paralizarse por la noticia, la actriz los estimuló a tal punto, que los chicos han llegado a subirse al escenario y todo. Como si fuera poco, once meses más tarde del nacimiento de Juan y Mariano, llegó Tamara, su tercera hija.
Frente a la pregunta de si tuvo miedo de que su tercer hijo naciera también con esa enfermedad, Zanca expresó que "y, yo soy medio kamikaze... Fue un deseo de Gustavo (Garzón, actor, su ex marido y padre de sus tres hijos) y ahí fuimos. Cuando estaba embarazada de los mellizos, mi médico me sugirió la punción, pero yo no quise porque cualquiera fuera el resultado no iba a cambiar nada... en ese entonces tenía 37 años. En seguida de tenerlos quedé embarazada otra vez, pero siempre pensé que las cosas por algo ocurren. Ellos tienen tantas posibilidades de crecer, si se las dan... No serán ingenieros pero, ¡qué me importa! Yo tampoco lo soy".
En una entrevista, la querida actriz aseguraba que cada día sus hijos le enseñaban "la voluntad de aprender que tienen. Ellos me enseñaron que la vida tiene otras posibilidades, me corrieron de la banalidad. Este presente me hace más feliz porque elegí. Por algo la vida se presentó así".
Por último y respecto si creía que la vidas la había puesto a prueba, Zanca dijo que " creo que no, que si Dios me los dio es porque sintió que yo podía hacerme cargo. Pero me dio un regalo porque me abrió la mirada al mundo. No me siento en deuda como mamá; me habré equivocado, por supuesto, pero nada que no haya sido con la mejor de las intenciones, como diría Bergman. Tengo una familia maravillosa". Y unos hijos hermosos que ya pueden abrir su camino solos y orgullosos de poder lograrlo.
martes, 24 de julio de 2012
lunes, 23 de julio de 2012
Caperucita roja, una versión políticamente correcta
Hubo una vez una joven persona llamada Caperucita Roja, que vivía al borde de un gran bosque lleno de lechuzas en vía de extinción y de plantas raras que seguramente servirían para curar el cáncer si tan sólo alguien se ocupara de investigarlas.
Caperucita vivía con su dadora de alimentos a quien a veces le decía “madre”, si bien no quería significar con ello que la hubiera menospreciado en caso de que no mediara entre ellas un vínculo biológico tan cercano. Tampoco quería decir con ello que las familias no tradicionales deben ser objeto de discriminación, y se hubiera sentido muy molesta en caso de que alguien pensara así por su culpa.
Un día su madre le pidió que llevara una cesta con fruta orgánicamente cultivada a casa de la abuela:
—Pero, madre, ¿no sería más adecuado enviar la cesta por intermedio de una empresa de carga, beneficiando así a los trabajadores sindicalizados que dependen para su sustento del sueldo que la empresa les paga a regañadientes?
La madre de Caperucita le aseguró que había hablado con varias compañías de carga cuyos sindicalistas le habían extendido un permiso especial, dada la edad y las necesidades psicológicas de la destinataria.
—Pero, madre, ¿no estaré siendo objeto de opresión cuando me ordenas hacer esto?
La madre le explicó que no era posible que una mujer oprimiera a otra mujer, ya que todas las mujeres están siendo igualmente oprimidas en el mundo y así seguirán hasta que llegue la libertad.
—Pero, madre, ¿entonces no sería mejor que pidieras a mi hermano que llevara la cesta, tomando en cuenta que él es un opresor, para que así aprendiera lo que se siente cuando una es la oprimida?
La madre le explicó que el muchacho estaba en ese momento asistiendo a una manifestación a favor de los derechos de los animales y que, por lo demás, llevar cestas no era un estereotipo del trabajo femenino, sino una forma de empoderamiento que le ayudaría a engendrar sentimientos comunitarios.
—Pero, madre, ¿no estaría yo oprimiendo a la abuela al implicar que está enferma y que, por lo tanto, no es independiente para avanzar por los caminos de la propia identidad?
La madre de Caperucita le explicó que la abuela no estaba en realidad enferma o discapacitada o mermada mentalmente en ninguna forma, si bien con ello no quería dar a entender que cualquiera de estas condiciones era inferior a lo que algunas personas llaman “buena salud”.
Así, y considerando que la fruta estaba empezando a pasmarse con tanta demora, Caperucita sintió que podía aceptar la idea de llevar la cesta a la casa de la abuela y se puso en camino.
Mucha gente creía que el bosque era un lugar ominoso y lleno de peligros, pero Caperucita sabía que éste era un miedo irracional basado en paradigmas culturales entronizados por la cultura patriarcal, que consideraba al mundo natural como un recurso explotable y que, por ende, creía que los predadores instintivos no eran otra cosa que competidores intolerables.
Otra gente evitaba pasar por el bosque por miedo a los ladrones y pervertidos, pero Caperucita sentía que en una verdadera sociedad sin clases todos los marginados debían poder “salir” del bosque y ser aceptados como practicantes de estilos de vida alternativos pero aceptables.
Camino a casa de su abuela, Caperucita pasó al lado de un hombre, y pensando que era un leñador que sin duda estaba tumbando árboles sin el permiso correspondiente, le dirigió una mirada de reproche. Luego se desvió de su camino para examinar algunas flores.
Pronto se asombró al verse frente al lobo, quien le preguntó qué había en su cesta.
Las profesoras y los profesores de Caperucita le habían advertido que nunca debía hablar con extraños, pero ella sintió confianza en su incipiente sexualidad y prefirió conversar con el lobo. Así, le dijo:
—Estoy llevándole a mi abuela algunos alimentos saludables como gesto de solidaridad.
El lobo dijo:
—No sabes, querida, que no es seguro para una niña pequeña caminar sola por el bosque.
Caperucita dijo:
—Tu afirmación sexista me parece ofensiva hasta el extremo, pero voy a ignorarla porque tu status tradicional como un réprobo de la sociedad te agobia, y porque el estrés derivado de él te ha inducido a desarrollar un modo de vida y un punto de vista alternativos aunque perfectamente válidos. Ahora, si me perdonas, prefiero seguir en mi camino.
Caperucita volvió al camino central y procedió a dirigirse a casa de su abuela. Pero dado que el status al margen de la sociedad había liberado al lobo de la adherencia esclavizante y lineal a los modos de pensar occidentales, éste tomó un camino más rápido que conocía a la casa de la abuela. Una vez allí, irrumpió en la casa y se comió a la abuela, mediante un curso de acción que afirmaba su naturaleza como predador natural. Luego, sin parar mientes en los papeles que tradicionalmente se asignan a los géneros, se colocó (otros dicen se puso) la ropa de dormir de la abuela, se metió debajo de las cobijas y esperó el desenlace.
Caperucita entró a la cabaña y dijo:
—Abuelita, aquí te traigo algunas viandas para saludarte como sabia y dadivosa matriarca de la familia.
El lobo dijo con suavidad:
—Acércate, niña, para verte mejor.
Caperucita dijo:
—Mi Diosa, abuela, pero que ojos más grandes tienes.
—Te olvidas, querida, que yo estoy ópticamente disminuida.
—Y, abuela, qué nariz más enorme y fina tienes.
—Naturalmente podría habérmela hecho operar para aspirar a una carrera actoral, pero no cedí a las presiones societales, niña mía.
—Y, abuela, ¡qué dientes más grandes y más afilados tienes!
El lobo, que no estaba de humor para seguir aceptando más comentarios zoófobos, en una reacción típica de su especie saltó de la cama y agarró a Caperucita, abriendo las fauces de par en par para que pudiera ver a la pobre abuela retorcerse en su panza.
—¡No estás olvidando algo? —gritó con valentía Caperucita—. ¡Tienes que pedir mi permiso antes de proceder a un grado mayor de intimidad!
El lobo se vio tan sorprendido con el comentario que aflojó su abrazo, en el momento mismo en que el leñador irrumpía por la puerta blandiendo un hacha.
—¡A soltar se dijo! —gritó el leñador, que en realidad era un guardabosques.
—¿Y usted qué cree que está haciendo? —exclamó Caperucita—. Si lo dejo ayudarme ahora, se pensaría que estoy expresando una falta de confianza en mis propias habilidades, lo que conduciría a una baja autoestima y a su vez a un pobre desempeño en mi futuro académico.
—¡Última oportunidad, hermanita! ¡Suelte a ese espécimen de una especie en vías de extinción! ¡Orden de la autoridad! —exclamó el guardabosques, y cuando Caperucita hizo un movimiento brusco, el hombre le cortó la cabeza de un tajo.
—Gracias a Dios que llegó usted a tiempo —dijo el lobo—. La ratica y su abuela me sedujeron y me tenían listo para despacharme al otro mundo.
—Pues a la hora de la verdad, la víctima soy yo. He estado controlando mi ira desde cuando la vi cortar esas flores protegidas hace un rato. Ahora creo que voy a tener un trauma. ¿No tiene usted una aspirina?
—Claro —dijo el lobo.
—Gracias.
—Comparto su dolor —dijo el lobo, dando varias palmaditas al guardabosques en su firme y bien acolchonada espalda. Luego dejó escapar una sonora regurgitación y le dijo al hombre:
—Lo siento, pero creo que comí demasiado. ¿No tendrá por ahí un AlkaSeltzer?
Caperucita vivía con su dadora de alimentos a quien a veces le decía “madre”, si bien no quería significar con ello que la hubiera menospreciado en caso de que no mediara entre ellas un vínculo biológico tan cercano. Tampoco quería decir con ello que las familias no tradicionales deben ser objeto de discriminación, y se hubiera sentido muy molesta en caso de que alguien pensara así por su culpa.
Un día su madre le pidió que llevara una cesta con fruta orgánicamente cultivada a casa de la abuela:
—Pero, madre, ¿no sería más adecuado enviar la cesta por intermedio de una empresa de carga, beneficiando así a los trabajadores sindicalizados que dependen para su sustento del sueldo que la empresa les paga a regañadientes?
La madre de Caperucita le aseguró que había hablado con varias compañías de carga cuyos sindicalistas le habían extendido un permiso especial, dada la edad y las necesidades psicológicas de la destinataria.
—Pero, madre, ¿no estaré siendo objeto de opresión cuando me ordenas hacer esto?
La madre le explicó que no era posible que una mujer oprimiera a otra mujer, ya que todas las mujeres están siendo igualmente oprimidas en el mundo y así seguirán hasta que llegue la libertad.
—Pero, madre, ¿entonces no sería mejor que pidieras a mi hermano que llevara la cesta, tomando en cuenta que él es un opresor, para que así aprendiera lo que se siente cuando una es la oprimida?
La madre le explicó que el muchacho estaba en ese momento asistiendo a una manifestación a favor de los derechos de los animales y que, por lo demás, llevar cestas no era un estereotipo del trabajo femenino, sino una forma de empoderamiento que le ayudaría a engendrar sentimientos comunitarios.
—Pero, madre, ¿no estaría yo oprimiendo a la abuela al implicar que está enferma y que, por lo tanto, no es independiente para avanzar por los caminos de la propia identidad?
La madre de Caperucita le explicó que la abuela no estaba en realidad enferma o discapacitada o mermada mentalmente en ninguna forma, si bien con ello no quería dar a entender que cualquiera de estas condiciones era inferior a lo que algunas personas llaman “buena salud”.
Así, y considerando que la fruta estaba empezando a pasmarse con tanta demora, Caperucita sintió que podía aceptar la idea de llevar la cesta a la casa de la abuela y se puso en camino.
Mucha gente creía que el bosque era un lugar ominoso y lleno de peligros, pero Caperucita sabía que éste era un miedo irracional basado en paradigmas culturales entronizados por la cultura patriarcal, que consideraba al mundo natural como un recurso explotable y que, por ende, creía que los predadores instintivos no eran otra cosa que competidores intolerables.
Otra gente evitaba pasar por el bosque por miedo a los ladrones y pervertidos, pero Caperucita sentía que en una verdadera sociedad sin clases todos los marginados debían poder “salir” del bosque y ser aceptados como practicantes de estilos de vida alternativos pero aceptables.
Camino a casa de su abuela, Caperucita pasó al lado de un hombre, y pensando que era un leñador que sin duda estaba tumbando árboles sin el permiso correspondiente, le dirigió una mirada de reproche. Luego se desvió de su camino para examinar algunas flores.
Pronto se asombró al verse frente al lobo, quien le preguntó qué había en su cesta.
Las profesoras y los profesores de Caperucita le habían advertido que nunca debía hablar con extraños, pero ella sintió confianza en su incipiente sexualidad y prefirió conversar con el lobo. Así, le dijo:
—Estoy llevándole a mi abuela algunos alimentos saludables como gesto de solidaridad.
El lobo dijo:
—No sabes, querida, que no es seguro para una niña pequeña caminar sola por el bosque.
Caperucita dijo:
—Tu afirmación sexista me parece ofensiva hasta el extremo, pero voy a ignorarla porque tu status tradicional como un réprobo de la sociedad te agobia, y porque el estrés derivado de él te ha inducido a desarrollar un modo de vida y un punto de vista alternativos aunque perfectamente válidos. Ahora, si me perdonas, prefiero seguir en mi camino.
Caperucita volvió al camino central y procedió a dirigirse a casa de su abuela. Pero dado que el status al margen de la sociedad había liberado al lobo de la adherencia esclavizante y lineal a los modos de pensar occidentales, éste tomó un camino más rápido que conocía a la casa de la abuela. Una vez allí, irrumpió en la casa y se comió a la abuela, mediante un curso de acción que afirmaba su naturaleza como predador natural. Luego, sin parar mientes en los papeles que tradicionalmente se asignan a los géneros, se colocó (otros dicen se puso) la ropa de dormir de la abuela, se metió debajo de las cobijas y esperó el desenlace.
Caperucita entró a la cabaña y dijo:
—Abuelita, aquí te traigo algunas viandas para saludarte como sabia y dadivosa matriarca de la familia.
El lobo dijo con suavidad:
—Acércate, niña, para verte mejor.
Caperucita dijo:
—Mi Diosa, abuela, pero que ojos más grandes tienes.
—Te olvidas, querida, que yo estoy ópticamente disminuida.
—Y, abuela, qué nariz más enorme y fina tienes.
—Naturalmente podría habérmela hecho operar para aspirar a una carrera actoral, pero no cedí a las presiones societales, niña mía.
—Y, abuela, ¡qué dientes más grandes y más afilados tienes!
El lobo, que no estaba de humor para seguir aceptando más comentarios zoófobos, en una reacción típica de su especie saltó de la cama y agarró a Caperucita, abriendo las fauces de par en par para que pudiera ver a la pobre abuela retorcerse en su panza.
—¡No estás olvidando algo? —gritó con valentía Caperucita—. ¡Tienes que pedir mi permiso antes de proceder a un grado mayor de intimidad!
El lobo se vio tan sorprendido con el comentario que aflojó su abrazo, en el momento mismo en que el leñador irrumpía por la puerta blandiendo un hacha.
—¡A soltar se dijo! —gritó el leñador, que en realidad era un guardabosques.
—¿Y usted qué cree que está haciendo? —exclamó Caperucita—. Si lo dejo ayudarme ahora, se pensaría que estoy expresando una falta de confianza en mis propias habilidades, lo que conduciría a una baja autoestima y a su vez a un pobre desempeño en mi futuro académico.
—¡Última oportunidad, hermanita! ¡Suelte a ese espécimen de una especie en vías de extinción! ¡Orden de la autoridad! —exclamó el guardabosques, y cuando Caperucita hizo un movimiento brusco, el hombre le cortó la cabeza de un tajo.
—Gracias a Dios que llegó usted a tiempo —dijo el lobo—. La ratica y su abuela me sedujeron y me tenían listo para despacharme al otro mundo.
—Pues a la hora de la verdad, la víctima soy yo. He estado controlando mi ira desde cuando la vi cortar esas flores protegidas hace un rato. Ahora creo que voy a tener un trauma. ¿No tiene usted una aspirina?
—Claro —dijo el lobo.
—Gracias.
—Comparto su dolor —dijo el lobo, dando varias palmaditas al guardabosques en su firme y bien acolchonada espalda. Luego dejó escapar una sonora regurgitación y le dijo al hombre:
—Lo siento, pero creo que comí demasiado. ¿No tendrá por ahí un AlkaSeltzer?
martes, 17 de julio de 2012
Neuronas invencibles
Estudios recientes muestran que el cerebro humano puede regenerar células
dañadas. Descubrí vos también estos increíbles avances.
Un día de septiembre de 1995, Howard Rocket,
vigoroso empresario de 48 años, saltó para atrapar la pelota en un partido
amistoso de fútbol americano en el centro de Toronto, Canadá. Al posar los pies
en el césped se resbaló, cayó de espaldas y se dio un golpe en la nuca. Al cabo
de un minuto empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza que se volvió cada vez
más intenso; luego aparecieron manchas oscuras en su campo visual. No hizo caso
a estos síntomas hasta tres semanas después, cuando se encontraba solo en casa
y de pronto perdió el control de brazos y piernas. Le sobrevino un dolor de
cabeza muy agudo y la vista se le nubló. Buscó a tientas el teléfono y marcó el
número de emergencias. Entonces se desmayó.
Rocket había sufrido una trombosis en la
arteria basilar, a causa de un coágulo que obstruyó el flujo de sangre al tallo
cerebral. Esta condición suele ser mortal, pero los médicos le salvaron la vida
al inyectarle un fármaco que disuelve los coágulos. Sin embargo, el pronóstico
era sombrío: Rocket nunca volvería a mover el brazo, la pierna y el pie
izquierdos. Sus músculos estaban bien, pero las zonas del cerebro encargadas de
controlarlos habían sufrido daños graves. En otras palabras, estaba condenado a
usar una silla de ruedas.
Decidido a probar que los médicos se equivocaban, Rocket
comenzó una fisioterapia rigurosa. Pensó que si obligaba al pie izquierdo a
moverse una y otra vez, con el tiempo las células ilesas de su cerebro
encontrarían la manera de comunicarle al pie lo que debía hacer. Tras
reaprender a incorporarse, se ató el pie izquierdo al pedal de una bicicleta
fija en el gimnasio y empezó a pedalear. El primer día sólo aguantó 30
segundos, pero no se dio por vencido; era como hacer flexiones con la mente. Al
cabo de 12 años y miles de horas en el gimnasio, ya podía balancearse con ambos
pies. Los médicos estaban atónitos.
La intuición de Rocket resultó cierta: es posible
readiestrar el cerebro para que supla la función de las neuronas dañadas. Hace
unos 25 años, la mayoría de los médicos consideraba que esto era imposible.
Suponían que el cerebro de un adulto era como una máquina: no podía cambiar ni
crecer, sólo fallar. Pero en el curso de las últimas décadas, técnicas como la
tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional han
permitido a los científicos observar el cerebro en acción. Hoy se dan cuenta de
que la concepción que tenían de este órgano era incorrecta.
Si una parte del cerebro se lesiona, en especial la
corteza (la capa que procesa las señales para la percepción y el movimiento), a
menudo es posible adiestrar otra para que supla la dañada. Esto exige una
práctica constante que llega a durar varios años. Aun así, los científicos
afirman que el pensamiento y la actividad pueden alterar físicamente el
cerebro, efecto al que llaman “neuroplasticidad”. “Ahora sabemos que, al
pensar, formamos nuevas conexiones sinápticas en la red neuronal”, señala el
doctor Norman Doidge, psiquiatra de Toronto.
Y estos cambios físicos dan lugar a cambios
funcionales. Doidge escribe en un libro suyo: “Conocí a un científico que logró
que personas ciegas de nacimiento empezaran a ver; otro hizo oír a los sordos.
Hay pacientes cuyos problemas de aprendizaje se resolvieron y cuyo cociente de
inteligencia aumentó; fui testigo de que personas octogenarias pueden agudizar
su memoria para que funcione como cuando tenían 55 años. Vi a pacientes
modificar las conexiones de su cerebro con el pensamiento, a fin de aliviarse
de obsesiones y traumas que parecían incurables”.
Estos cambios se produjeron mediante ejercicios
mentales repetidos. En otras palabras, el pensamiento puede cambiar el
funcionamiento del cerebro. Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad
de Wisconsin, demostró lo anterior con un experimento sobre la meditación: un
buen ejemplo de “flexiones mentales”. Midió la actividad cerebral de monjes
budistas novatos y experimentados, y observó que cuando estos últimos meditaban
sobre “el amor incondicional, la bondad y la compasión”, su cerebro generaba
potentes ondas gama, las cuales intervienen en procesos superiores como la
percepción y la conciencia; es decir, la actividad mental repetida de meditar
cambiaba el funcionamiento cerebral.
La meditación también puede ejercer un
efecto poderoso en el control de sensaciones físicas como el dolor. Melissa Munroe,
ex campeona de fisicoculturismo residente en Toronto, a la edad de 30 años se
enteró de que una protuberancia que tenía en la garganta era linfoma de
Hodgkin. El cáncer se le había extendido tanto que los médicos no le dieron más
de tres meses de vida. Ella decidió luchar, pero el dolor que los tumores le
causaban al presionar sus órganos era insoportable, aun para una deportista
acostumbrada a esforzarse hasta el límite. Así que recurrió a la psiquiatra
Tatiana Melnyk, quien le enseñó a usar la mente para mitigar el dolor.
La doctora le explicó que el dolor es una sensación
física, pero que su forma de reaccionar emocionalmente ante él lo exacerbaba.
Le aconsejó que se concentrara sólo en el aspecto físico del dolor, sin
juzgarlo.
Tras adoptar este modo disciplinado de pensar, Melissa
logró que su cerebro procesara de otra forma el dolor: lo sentía, pero no le
permitía que la controlara. “Era algo que experimentaba, pero no era yo”,
señala. “Definir el dolor me ayudó a disociarlo y a no dejar que me abrumara”.
Melissa, hoy día de 36 años, desafió las
probabilidades. Gracias a una quimioterapia intensiva, desde 2006 ya no tiene
rastros de cáncer. Y todavía practica la meditación.
¿Cómo pueden alterar
los pensamientos y las actividades repetidos al cerebro?
Por un lado, pueden afectar el ADN.
Estudios realizados principalmente en los años 80 y 90 muestran que el
pensamiento, el aprendizaje y la acción pueden activar o desactivar nuestros
genes. Nadie sabe con certeza cómo ocurre esto, pero, según el doctor Doidge,
“cuando tenemos pensamientos repetidos activamos ciertos genes para producir
proteínas que cambian la estructura de las neuronas y aumentan el número de
conexiones inápticas”. En esencia, las neuronas se vuelven mejores comunicadoras.
El cerebro también es capaz de producir
nuevas neuronas. Bryan Kolb, neurocientífico de la Universidad de Lethbridge, en
Canadá, demostró esta capacidad en ratas de laboratorio tras provocarles
apoplejías y daño cerebral consecutivo. Él y sus colegas suministraron factor
de crecimiento a las ratas, y observaron que sus cerebros no sólo producían
nuevas neuronas, sino que las usaban para reparar los daños físicos y
funcionales causados por las apoplejías. E hicieron otro hallazgo asombroso:
durante las dos semanas posteriores a la lesión, las nuevas neuronas “migran” a
la zona dañada y esperan órdenes. Si se las estimula adecuadamente, empiezan a
funcionar y ayudan al cerebro a recuperar funciones; por ejemplo, hacer que el
animal levante una pata.
El experimento de Kolb subraya la
importancia de la rehabilitación en los casos de lesión cerebral. Los
investigadores ahora pretenden determinar si la estimulación que proporciona la
rehabilitación podría aumentar la producción de neuronas nuevas y acelerar la
recuperación.
Uno de los “criaderos de neuronas” del cerebro se
encuentra en el hipocampo, el cual desempeña un papel clave en la memoria. En
un estudio, científicos de la Universidad de Toronto usaron marcadores químicos
para rastrear las neuronas nuevas que se generaban en forma natural en ratones
sanos, y luego enseñaron a los animales a nadar hasta una plataforma. Después
de mucha práctica, los roedores “recordaban” dónde estaba la plataforma. Más
adelante, cuando los investigadores examinaron el cerebro de los ratones,
descubrieron que las neuronas nuevas se habían ocupado de la tarea de la
memoria; es decir, las células marcadas químicamente estaban concentradas en
los “criaderos” del hipocampo.
Los investigadores también descubrieron
que, apenas un mes después de generarse, esas neuronas habían comenzado a
mejorar la memoria. Según Paul Frankland, el neurocientífico que dirigió el estudio, los
factores ambientales afectan el número de neuronas que se generan. La cocaína y
el estrés, por ejemplo, reducen la tasa de producción de neuronas, mientras que
correr y las actividades educativas la aumentan.
Lo que los científicos llaman
“neuroplasticidad”, para Ian Bradley, de 21 años, tiene otro nombre: esperanza. Cuando
ingresó en la escuela secundaria, a duras penas podía leer y tenía la
ortografía de un niño de cuarto grado. “Pensaba que era un tonto”, dice. Su
madre, Mary, lo ayudó a terminar la primaria dedicando cuatro horas todas las
noches a leerle los libros de texto y a anotar en un cuaderno las respuestas
que él daba a las preguntas de la tarea.
Entonces el padre de Ian descubrió la Escuela
Arrowsmith, en Toronto. Su fundadora, Barbara Arrowsmith Young, alguna vez fue
una estudiante con serias dificultades de aprendizaje que le impedían comprender
lo que leía o lo que la gente le decía. Esto la llevó a inventar ejercicios
mentales para ayudar a su cerebro a readiestrarse y aprender, y así logró
superar esos escollos. Posteriormente ideó más ejercicios del mismo tipo para
ayudar a superar problemas de aprendizaje a otras personas.
Ian pasó tres años en la Escuela Arrowsmith, haciendo
una y otra vez ejercicios cognoscitivos, como trazar letras y relacionar
símbolos. “Era difícil y muy agotador”, cuenta. Sin embargo, al final podía
leer como un alumno de segundo año de secundaria. Hoy día, recién egresado del
bachillerato con excelentes calificaciones, tiene la mira puesta en una carrera
como piloto de avión. “Antes mi panorama era sombrío”, señala. “Ahora mis
posibilidades son infinitas”.
Los recientes hallazgos sobre el cerebro
ofrecen enormes esperanzas a muchas personas; por ejemplo, a las víctimas de
apoplejía que tienen que afrontar la pérdida de funciones cerebrales; a quienes
padecen dolores crónicos, y a los niños y adolescentes que presentan
dificultades de aprendizaje. “Apenas estamos conociendo los mecanismos por
medio de los cuales el cerebro puede cambiar, y cómo ciertas zonas de este
órgano pueden asumir nuevas funciones”, afirma el doctor Andrés Lozano, uno de
los neurocirujanos que le salvaron la vida a Howard Rocket.
Hoy,
médicos e investigadores empiezan a comprender que, a fin de cuentas, aquel
voluntarioso empresario de Toronto tenía razón: los ejercicios repetidos, tanto
mentales como físicos, pueden cambiar el cerebro... y la vida de las personas.
Por Sarah Scott
Neuroplasticidad - Estimulación cognitiva
Elkhonon Goldberg,
Neurólogo de la Universidad de New York, Director del Instituto de
Neuropsicología y funcionamiento Cognitivo.
LAS ÚLTIMAS INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
DEMUESTRAN QUE LA ACTIVIDAD MENTAL MODIFICA EL CEREBRO, Y NOS CONDUCE A LO QUE
CONOCEMOS POR “SABIDURÍA”
ESTOS ÚLTIMOS DESCUBRIMIENTOS SE INSCRIBEN EN LO
QUE SE DENOMINA “NEUROPLASTICIDAD”
DURANTE MUCHOS AÑOS SE CREYÓ, QUE A PARTIR DE
CIERTA EDAD, LA DOTACIÓN DE NEURONAS YA NO SE RENOVABA MÁS.
LAS ÚLTIMAS INVESTIGACIONES DE LA NEUROCIENCIA DEMUESTRAN QUE EL
CEREBRO SE PUEDE REGENERAR MEDIANTE SU USO Y POTENCIACIÓN .
LA CLAVE PARA CONSEGUIRLO SE LLAMA: “NEUROPLASTICIDAD”, QUE ES MOLDEAR LA MENTE, EL CEREBRO, A TRAVÉS DE LA ACTIVIDAD.
LA CLAVE PARA CONSEGUIRLO SE LLAMA: “NEUROPLASTICIDAD”, QUE ES MOLDEAR LA MENTE, EL CEREBRO, A TRAVÉS DE LA ACTIVIDAD.
“EL CEREBRO CAMBIA DE FORMA SEGÚN LAS ÁREAS QUE
MÁS UTILIZAMOS, SEGÚN LA ACTIVIDAD MENTAL”
EN MARZO DEL 2000, INVESTIGADORES DE LA UNIVERSIDAD DE LONDRES HALLARON
QUE LOS TAXISTAS DE ESA CIUDAD TENÍAN UNA PARTE DEL CEREBRO, EL HIPOCAMPO,
REGIÓN IMPORTANTE PARA LA MEMORIA ESPACIAL, MÁS DESARROLLADO QUE EL RESTO DE
LAS PERSONAS.
LOS TAXISTAS DESARROLLABAN MÁS ESA ZONA PORQUE LA EJERCITABAN MÁS
CADA DÍA MEMORIZANDO CALLES Y RUTAS. EN ESTOS HOMBRES, SU CAPACIDAD PARA MEMORIZAR CALLES Y RUTAS NO
MENGUABA, SINO QUE AUMENTABA CON LOS AÑOS.
En 2002 científicos Alemanes encontraron los
mismos hallazgos en la Circunvolución de Heschl de los músicos, área de la
corteza cerebral importante para procesar la música .
DE ESTAS EXPERIENCIAS SE PUDIERON OBTENER LOS
SIGUIENTES RESULTADOS:
Los seres humanos podemos crear nuevas neuronas a lo largo de toda
la vida.
El esfuerzo para crear nuevas neuronas puede incrementarse
mediante el esfuerzo mental.
Los efectos son específicos: Dependiendo de la naturaleza de la
actividad mental, las neuronas nuevas se multiplican con especial intensidad en
distintas zonas cerebrales.
Las nuevas neuronas van a parar a las zonas del
cerebro que más usamos: Esto es lo que se denomina “Neuroplasticidad”: La
actividad puede moldear la mente.
“Esto demuestra la importancia de mantener una
actividad mental intensa, conforme avanzamos en edad.”
“EL EJERCICIO FÍSICO NOS PROTEGE LA SALUD
CARDIOVASCULAR,
EL EJERCICIO COGNITIVO NOS PROTEGE LA SALUD CEREBRAL, ES FACTOR
PROTECTOR CONTRA LA DEMENCIA”.
El moderno estudio de la
Neuroplasticidad demuestra que los cerebros de las personas mayores no
degeneran, sino que tienen una evolución particular, de acuerdo a la actividad
realizada, que convierte a esas personas en gente “sabia” cuando llega a la
vejez”
“EL CEREBRO CAMBIA DE FORMA SEGÚN LAS ÁREAS QUE
MÁS UTILIZAMOS”
En las personas, a medida que avanzan en edad, se
da naturalmente un deterioro mayor en el hemisferio derecho que en el
izquierdo.
Esto ocurre porque usan más el hemisferio izquierdo, que es el
encargado de poner en marcha tareas ya aprendidas y consolidadas.
Para aprender algo, necesitamos más el hemisferio derecho, pero
cuando alcanzamos cierto nivel de pericia, esas actividades pasan a ser
controladas por el hemisferio izquierdo.
A lo largo de la vida, acumulamos un repertorio
de destrezas cognitivas, habilidades y capacidad para reconocer patrones que
nos permiten abordar nuevas situaciones con familiaridad. Es lo que
popularmente llamamos “Experiencia”
A medida que avanzamos en edad, nuestra actividad mental está más
dominada por esas “rutinas cognitivas”, por el “piloto automático”.
Esto no es malo, pues permite resolver problemas
complejos mediante el “reconocimiento instantáneo” de patrones, sin mucho
esfuerzo, problemas que pueden plantear un verdadero “reto” para una mente más
joven.
PERO, LA ESTIMULACIÓN COGNITIVA, QUE OBLIGA A UTILIZAR
EL HEMISFERIO DERECHO, ES UN INGREDIENTE EN EL ESTILO DE VIDA, QUE AYUDA A
EVITAR EL DETERIORO COGNITIVO.
LA CORRIENTE CIENTÍFICA DOMINANTE RESPALDA LA
AFIRMACIÓN, DE QUE LA VIDA MENTAL INTENSA DESEMPEÑA UN PAPEL ESENCIAL EN EL
BIENESTAR COGNITIVO EN LAS ETAPAS AVANZADAS DE LA VIDA.
¿QUÉ TAL LA IDEA DE INCLUIR EL EJERCICIO
COGNITIVO EN FORMA REGULAR COMO UN RASGO EN NUESTRO ESTILO DE VIDA?
Sería extraordinario si nuestra incipiente
comprensión de la función de la neuroplasticidad en la conservación de la salud
mental, diera lugar a la aparición de un nuevo fenómeno de masas: ¡ EL FITNESS
MENTAL !
Neuroplasticidad de Wikipedia, la enciclopedia libre
La neuroplasticidad,
también denominada plasticidad neuronal o plasticidad sináptica, es una
característica esencial del sistema
nervioso. Consiste en la capacidad para modificar de manera
temporal o permanente los patrones deconexión sináptica para
modificar sus rutas de interconexión entre las neuronas. Dichos
cambios pueden traer como consecuencia la modificación del funcionamiento de
los circuitos neurales y la forma en cómo se relacionan los sistemas modales en
que se organiza el cerebro. Dicho proceso sucede durante y después de su
maduración en procesos como la memoria y el aprendizaje.
La
neuroplasticidad puede dividirse por el tipo de efectos producidos en cuatro
tipos:
·
Reactiva
·
Adaptativa
·
Reconstructiva
·
Evolutiva
La plasticidad
reactiva es el conjunto de ajustes metabólicos que el cerebro realiza
para contender con cambios ambientales de corta duración pero que afectan las
funciones de las neuronas, tal como la hipoxia y
la inanición.
La plasticidad
adaptativa es el fenómeno de modificación que sufre el cerebro de manera
permanente para modificar o generar un circuito neural con el fin de
instalar una ruta de conexiones nueva. Dichos cambios ocurren en procesos como
el aprendizaje y
la memoria.
La
plasticidad reconstructiva es el fenómeno plástico por el cual el cerebro es
capaz de recuperar de manera parcial o total las funciones perdidas en el caso
de un trastorno mecánico o fisiológico.
La plasticidad
evolutiva se refiere al proceso plástico que ocurre en el cerebro en
maduración, en virtud del cual los patrones de conexión entre las neuronas puede
ser modificado por la influencia ambiental predominante en dicho momento. El
tipo de modificación ejercida puede ser positiva o negativa para el sistema
nervioso.
Los
fenómenos plásticos del cerebro son un tema de gran interés científico debido a
sus posibles aplicaciones farmacológicas en el tratamiento de procesos como
el infarto
cerebral o en la aplicación de células troncales en las
lesiones cerebro espinales.
Norman Doidge en su libro "The Brain That Changes Itself" pasa revista a
los científicos principales que han aportado a la ciencia de la
neuroplasticidad, y de forma similar a Oliver Sacks o V.S. Ramachandran. Muestra casos en
que la falta completa de un hemisferio obliga al otros a asumir la casi
totalidad de las funciones, y a casos en que se logran recuperar pacientes con
derrames cerebrales que han generado daños importantes. El caso que ilustra
mayormente esto es el de la fundadora del Colegio Arrowsmith, de Toronto –Barbara Arrowsmith Young. La mujer tenía
severos problemas en algunas de sus funciones (de hecho se le consideró
retardada) que en parte sobrevivió con mucho esfuerzo, pero también porque fue
descubriendo formas en las cuales podía entrenarse para reparar sus problemas.
Como resultado fundó el colegio, que tiene una metodología dirigida a estimular
las capacidades de aprendizaje, que incluso puede aplicarse en otras escuelas.
The mind that changes itself - el cerebro se cambia a sí mismo- es el libro de el Dr. Norman Doidge que sirve como hilo conductor sobre la plasticidad del cerebro. El conocido psiquiatra realiza una importante recopilación de distintos hallazgos que demuestran la inimaginable capacidad adaptativa que tiene el cerebro, de auto-regenarción y reparación. Doige retrata las teorías más innovadoras y revolucionarias de la neuroplasticidad. Entre otros casos habla de Barbara Arrowsmith, una joven que cambió su propio cerebro a base de ejercicios repetitivos de estimulación cognitiva
lunes, 2 de julio de 2012
domingo, 1 de julio de 2012
Si tienes - Jesús Quintero
Si tienes un enemigo, perdónalo…
no hay nada que le cabree más.
Y si tienes un amigo,...
Cuídalo.
Si tienes un amor… ¡ni te cuento!
¡ámalo!
Amar es la única manera
de que… el amor no se muera.
Si tienes una verdad, dila.
Las verdades que se callan
se pudren por dentro
Y si tienes un sueño,
Vívelo.
Si tienes una misión, cúmplela.
Si tienes un camino, síguelo.
Y si tienes conciencia, hermano,
escúchala porque casi nunca se equivoca.
Si tienes un fracaso...
tienes razón de más para…
procurar no fallar la próxima vez
Si tienes libertad,
¡que se note!
¡Sé libre!
Jesús Quintero
El miedo en el cuerpo. Jesús Quintero
Se pasan la vida asustándonos con todo:
con las armas de destrucción masiva, con la
capa de ozono,
con el cambio climático, con la sequía, con
las inundaciones,
con los peligros de la droga, con los
riesgos del tabaco o de la exposición al sol, con el exceso de peso, con las
vacas locas, con la gripe aviar…
Se pasan la vida metiéndonos el miedo en el
cuerpo. Asustándonos con cosas que al final, que no existen o que si existen
apenas matan. Porque… ¿cuántos han muerto por las
vacas locas?, ¿cuántos por la gripe aviar?
Lo que de verdad mata es el hambre del
tercer mundo, la pobreza, la enfermedad, la guerra, el terrorismo y la cruzada contra el
terrorismo, la desigualdad y la injusticia social.
Pero ellos se pasan
la vida asustándonos con el coco como si fuésemos niños,
con todos los cocos…
Porque saben que es más fácil gobernar una sociedad asustada que pide
policías y ejércitos para que nos defiendan de todos los enemigos que ellos
fabrican o se inventan.
Ellos saben que el miedo justifica y bendice la mano dura.
(Jesús Quintero)
No te conformes con ser mediocre . Jesús Quintero
Alguien dijo
que todos somos geniales hasta los 7 u 8 años,
pero que
luego tratamos de parecernos a los otros,
buscamos la
mediocridad,
y casi
siempre acabamos lográndola.
No te empeñes
en ser mediocre,
si puedes ser
genial,
procura ser
tu mismo,
no hagas lo
que todos,
no digas lo
que todos,
no pienses lo
que todos.
No alimentes
las mismas mentiras,
y la misma
basura de todos.
No te
conformes con ser un borrego mediocre,
si puedes ser
alguien genial.
(Jesus Quintero)
Moriré de pié ( Por Miedo) de Jesús Quintero
El miedo es como una cadena que nos impide caminar.
Como una camisa de fuerza que no
nos deja movernos.
Como una cárcel invisible que nos
priva del placer de la libertad.
Por miedo nos quedamos sin
contemplar los fantásticos paisajes que hay más allá de la frontera del temor.
Por miedo nos negamos a caminar,
a cambiar, a descubrir nuevos caminos y nuevos caminos y nuevos horizontes.
Por
miedo nos conformamos con la mediocridad y con la rutina.
Por miedo no nos atrevemos a ser
nosotros, nosotros mismos, y nos negamos y nos contradecimos.
Por miedo dejamos de hacer lo que
nos gustaría
Y hacemos cosas que aborrecemos.
Por
miedo nos dejamos oprimir y avasallar.
Por miedo preferimos ignorar las
verdades y nos refugiamos en las mentiras.
El miedo del hombre inventó todos
los cuentos –que decía León Felipe-
¡Ay!… a veces… a veces tengo
miedo de caer en la tentación de convertirme en un hombre que vaga sin sentido.
A veces creo haber perdido la
sana locura y el aguante de tiempos atrás.
Pero no es así, conmigo no
podréis… y eso que tengo miedo.
Tengo miedo porque nada ha
cambiado y nada hemos aprendido.
Temo
realmente por mí y por mi especie porque la veo peligrar y al borde de un
extinción anunciada.
Realmente estoy dispuesto a morir
convencido de mis ideas.
Porque soy un loco libre.
Moriré
de pie antes que arrodillado por culpa de una sociedad que me dice a la hora
que debo desayunar, con quién acostarme y cuántas veces al día debo de hacer el
amor.
Mi
libertad me la quedo yo.
Moriré
de pie convencido de mis ideas.
(Jesús Quintero)
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